jueves, 20 de agosto de 2009

Keynes, ¿un hombre actual? (Fragmentos)

Walden Bello, Focus (22-7-09)

Una de las consecuencias más significativas del colapso de la economía neoliberal, con su culto al “mercado autorregulador”, ha sido el resurgimiento del gran economista inglés John Maynard Keynes.
No son solamente sus escritos lo que hace a Keynes muy actual. Es, además, el espíritu que los impregna, que evoca la pérdida de fe en lo viejo y el anhelo de algo que todavía está por nacer. Aparte de su clarividencia, sus reflexiones sobre la condición de Europa después de la 1ª Guerra Mundial resuenan con nuestra mezcla habitual de desilusión y esperanza:
El gobierno del mercado: El gobierno debe intervenir para remediar los fallos del mercado. Esta es naturalmente la gran lección de Keynes, derivada de su forcejeo con el problema de cómo sacar al mundo de la Gran Depresión de 1930. Keynes argumentaba que el mercado por sí solo lograría el equilibrio entre oferta y demanda muy por debajo del pleno empleo y podría permanecer allí indefinidamente. Para impulsar la economía hacia un proceso dinámico que lleve al pleno empleo, el gobierno tiene que actuar como un deus ex machina, invirtiendo masivamente para crear la “demanda efectiva” que reanude y sostenga la maquinaria de la acumulación de capital.
Como medidas preferentes para evitar una depresión, el paquete de estímulos de 787.000 millones de dólares del Presidente Barack Obama, así como los estímulos públicos ofrecidos en Europa y en la China, son clásicamente keynesianos. La medida del triunfo de Keynes, después de casi 30 años en la oscuridad, se puede ver en el impacto punto menos que marginal del discurso público de gentes como el republicano Russ Limbaugh, el Instituto Cato y otras especies de dinosaurios neoliberales, con sus jeremiadas sobre la “gran deuda que se pasa a las generaciones futuras”.
Sin embargo, el resurgimiento de Keynes no es solamente una cuestión política. El presupuesto teórico del individuo que maximiza racionalmente sus intereses ha sido desplazado del centro del análisis económico por dos ideas. Una de ellas, que centra el pensamiento actual, es la penetración de la incertidumbre en la toma de decisiones, una incertidumbre con la que tratan de lidiar los inversores asumiendo –de forma harto implausible— que el futuro será como el presente e ideando técnicas para predecir y gestionar el futuro basándose en ese supuesto. La idea keynesiana al respecto es que la economía no se rige por cálculos racionales, sino que los agentes económicos están regidos por “espíritus animales”, es decir, movidos por su “necesidad espontánea de actuar”.
Entre esos espíritus animales, la confianza es crucial, y la presencia o ausencia de la misma está en el centro de la acción colectiva que dirige las expansiones y contracciones económicas. Lo que predomina no es el cálculo racional, sino los factores de conducta y psicológicos. “Aquí, señala el biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, reside la anatomía reconocible de la ‘exuberancia irracional’ seguida de pánico que ha presidido la crisis actual”
Los inversores desbocados y los sumisos reguladores no son los únicos protagonistas de la tragedia reciente. La hybris de los economistas neoliberales también jugó su parte. Y Keynes tuvo al respecto intuiciones muy relevantes para nuestro tiempo. Consideró a la teoría economía como “una de estas bonitas y cómodas técnicas que intentan tratar el presente haciendo abstracción del hecho de que conocemos muy poco del futuro”. Como señala Skidelsky, fue verdaderamente “famoso por su escepticismo respecto a la econometría”, y para él, los números eran “simples indicaciones, estimulantes para la imaginación”, antes que expresiones de certidumbre o de probabilidades de acontecimientos pasados y futuros.
Limitaciones del Keynesianismo: Entre otras cosas, el keynesianismo es principalmente un instrumento para reavivar las economías nacionales, y la globalización ha complicado enormemente este problema. En las décadas de 1930 y 1940 reavivar la capacidad industrial en economías capitalistas relativamente integradas era cosa que tenía que ver sobre todo con el mercado interior. Actualmente, con tantas industrias y servicios transferidos o deslocalizados hacia zonas de bajos salarios, los programas de estímulo de tipo keynesiano que ponen dinero en manos de los consumidores para que los gasten en bienes tienen un impacto mucho menor como mecanismos de recuperación sostenible. Puede que las corporaciones transnacionales y las ubicadas en China obtengan beneficios, pero el “efecto multiplicador” en economías desindustrializadas como los Estados Unidos y Gran Bretaña puede ser muy limitado.
En segundo lugar, el mayor lastre de la economía mundial es el hiato abismal –en términos de distribución de renta, penetración de la pobreza y nivel de desarrollo económico– entre Norte y Sur. Un programa keynesiano “globalizado” de estímulo del gasto, financiado con ayuda y préstamos del Norte, es una respuesta muy limitada a este problema. El gasto keynesiano puede evitar el colapso económico e incluso inducir algún crecimiento. Pero el crecimiento sostenido exige una reforma estructural radical: el tipo de reforma que implica una desestructuración fundamental de las relaciones económicas entre las economías capitalistas centrales y la periferia global. Ni que decir tiene: el destino de la periferia –las “colonias”, en tiempos de Keynes– no despertaba demasiado interés en su pensamiento.
La Gran Laguna: Tal vez el mayor obstáculo para un resurgimiento del keynesianismo sea su prescripción clave de revitalizar el capitalismo con la aceleración del consumo y la demanda global en un contexto de crisis climática como el presente. Mientras que el primer Keynes tenía un aspecto malthusiano, sus trabajos posteriores apenas se refieren a lo que actualmente se ha convertido en relación problemática entre el capitalismo y el medio ambiente. El desafío de la economía en el momento actual es aumentar el consumo de los pobres del planeta con un el menor impacto posible sobre medio ambiente, tratando al propio tiempo de reducir drásticamente el consumo ecológicamente dañino –sobreconsumo— en el Norte. Toda la retórica sobre la necesidad de reemplazar al consumidor estadounidense en bancarrota por un campesino chino inducido a un estilo norteamericano de consumo como motor de la demanda global es tan necia como irresponsable.
Dado que el impulso primordial del beneficio como objetivo es transformar la naturaleza viva en mercancías muertas, hay pocas probabilidades de reconciliar la ecología con la economía – incluso bajo el capitalismo tecnocrático gestionado por el Estado que preconizaba Keynes.
“¿Volvemos a ser todos keynesianos?”: En otras palabras, el keynesianismo proporciona algunas respuestas a la situación actual, pero no proporciona la clave para superarla. El capitalismo global ha enfermado debido a sus contradicciones inherentes, pero lo que se precisa no es una segunda ronda de keynesianismo. La profunda crisis internacional exige severos controles de la libertad de movimiento de los capitales, regulaciones estrictas de los mercados, tanto financieros como de mercancías, y un gasto público ciclópeo. Sin embargo, las necesidades de la época van más allá de estas medidas keynesianas: se necesita una redistribución masiva de la renta, atacar sin treguas ni compases de espera, directamente, el problema de la pobreza, una transformación radical de las relaciones de clase, la desglobalización y, acaso, la superación del capitalismo mismo, si hay que atender a las amenazas de cataclismo medioambiental.
“Todos volvemos a ser keynesianos” –parafraseando, ligeramente modificada, la famosa frase de Richard Nixon— es el tema que une a Barack Obama, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, George Soros, Gordon Brown y Nicholas Sarkozy, por muchos diferencias que pueda haber entre ellos en la puesta por obra de las prescripciones del maestro. Pero un resurgimiento acrítico de Keynes podría terminar no siendo más que la enésima confirmación de la celebérrima sentencia de Marx, según la cual la historia se repite dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa. Para resolver nuestros problemas presentes no precisamos sólo de Keynes. Necesitamos nuestro propio Keynes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario